domingo, 25 de abril de 2010

- Esta ciudad no está habitada por el hombre, sino por topos que fingen ser humanos.
El perro ladra con alegría.
- Tú podrías ser mejor persona que los topos.
El perro ladra mostrando los colmillos amarillentos.
- Esta bien, es hora de marcharnos.
El perro no emite sonido alguno pero menea como euforia su cola.

Y la mujer que disfruta la agonía de su juventud, con aires de una ermitaña altruista y endeudada con el pasado se acerca, el perro hace caso omiso mientras mastica un pedazo de pan. La fragancia de la muchacha es tan dulce que invita al desaire canino, después de tantos años de acostumbrarse a los hedores, lo dulce y suave es sinónimo de marginación. ese perfume tan exquisito le recuerda dolorosamente el maltrato de los taqueros cuando permanecía sentado buscando una posible señal generosa de una adolescente incapaz de acabarse su tercer taco, los balones que lo tumbaron cuando pasaba por casualidad detrás de una portería, las caricias de niños amorosos antes de ser ahuyentado a gritos por adultos escépticos, el olor sabroso de un mofle en pleno movimiento, la muerte de su hermano cuando trataron de cruzar una avenida sin semáforos, el milagroso pan que le salvó la vida cuando estaba mortalmente herido de hambre, las primeras palabras del vagabundo que jamás olvidará a pesar que sigue sin entenderlas cuando las recuerda. Ahora tiene miedo, ha comprendido que aquella muchacha está ofreciendo algo valioso al vagabundo, está celoso de eso, desconfiando de una belleza que no comprende, ¿por qué ese aroma extraño arranca sonrisas a su mejor amigo? El hedor simboliza el orgullo de la supervivencia.
Mientras el vagabundo y la mujer intercambian sonidos ilegibles y redundantes, el perro confirma una vez más que la ternura de un esencia es un mal augurio, el principio de una devastadora soledad, no obstante, la pestilencia de su mejor amigo no se ha extinguido, sigue apestando a lealtad, una lealtad que se reivindica mojando las llantas del auto que impregna una misma sensación olfativa de la hembra que pretende robarle a su confidente.
Funcionó el ritual, ambos han regresado pero son irreconocibles, sospecha que han compartido una especie de felicidad fugaz, no importa, la chuleta está sabrosa y jugosa, las papas a la francesa no vienen con catsup, ¿hace cuánto tiempo que no degustaba como esos perros limpios, pedantes y asiduos al peluquero? Mientras aproximan unos vasos blancos a sus bocas, el vagabundo pronuncia unas palabras.
- Ella será nuestra compañera por unos días.
El perro examina los pies de la nueva acompañante, experimentando una frágil voluntad de parte de ella.
- ¿Qué dices?
El perro no ladra, permanece inmóvil, con los ojos fijos en las manos como si esperara otra pregunta, de nuevo los ve intercambiar sonidos sin valor. mientras la muchacha se pierde de vista, el perro corre como loco por todo el parque, finalmente vacila en otra llanta del mismo auto. Un desliz. A patadas lo corretea el vecino de la muchacha, un hombre que ocasionalmente da aventón a la mujer. Arrepentido por el descuido, vuelve para reencontrarse con el temor, la mujer ha regresado, ha doblado las rodillas, ha abierto sus brazos, ha silbado, ha sonreído, ha tronado los dedos, con resignación cede a sus caricias.
El aliento meloso embriaga. Y los tres se marchan del parque, caminando sin rumbo, preparándose para resistir al frío de la noche que se aproxima. Entonces se da cuenta que los sujetos a quienes sigue el paso sólo han compartido una acústica verbal mientras esperaban que estuviera lista la chuleta ahumada con papas a la francesa. Qué agradable es ver a una mujer abandonarse a sí misma para hundirse en la vagancia.

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