sábado, 24 de abril de 2010

A la ciudad le da igual si atravieso o no la puerta. Salir al exterior es la voz que tienen mis pies cuando mi mente pierde su voz. Un día supe que caminar, desde la perspectiva del cemento, es un cinismo barato; no pueden ser sólo las calles, las paredes, los semáforos, los coches, los microbuses, los camiones, el Metro, los demás peatones, la contaminación visual, la contaminación que mis pulmones toleran lo único que se pueda apreciar de la ciudad.

Falta algo. La brevedad no es propia de un vagabundo, menos en una ciudad tan enorme como la nuestra.

Brincar, explorar azoteas, volar encima de algunas cabezas, aferrarme a las paredes porosas. Saborear la libertad que la ciudad cede a los ágiles y a los locos. El dolor de todo el cuerpo es la huella más nítida de la ciudad, un tatuaje temporal en los músculos, la paz profunda en el sueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario